mayo 7th, 2018 by Psicotraining

La opinión de los demás, ese gran lastre.  ¿Pero por qué?

Cuéntale a todas tus amigas, a padres y a compañeros de trabajo un problema personal que tengas, que de cada uno tendrás su opinión. Tantas como personas a las que les hayas contado el problema.  Algunas incluso, en la misma dirección pero por parte de varias personas diferentes. Pero… ¿Y qué saben ellos?

 

¿Te ha pasado? ¿Te has llegado a sentir molesto por las opiniones y juicios de los demás?

Es difícil que no nos importen en absoluto las opiniones de los demás, sobre nosotros o sobre cómo estamos haciendo las cosas. Somos seres sociales, nos importa el grupo. Aprendemos desde pequeños de esta manera.  Son nuestros padres y cuidadores quienes nos dicen lo que está bien y lo que está mal. Lo que puedes decir y lo que no, y cómo te debes de comportar. Y es normal, no tenemos otra referencia. Crecemos y aprendemos en función de las personas que tenemos a nuestro alrededor, les convertimos en un espejo necesario para aprender.

En la adolescencia los amigos y el grupo de convierte en la referencia, y vestimos como visten los demás, nos compramos la mochila que está llevando el resto, y nos gustan los mismos grupos que a todos los fans (o bien todos los grupos de música que no le gustan a esa mayoría, para identificarnos con la minoría porque “nosotros somos diferentes” y no queremos ser como los demás”).

Pero es lo mismo. Nos identificamos con un grupo, tenemos una referencia y creamos a partir de ella nuestra identidad. Pero, ¿qué pasa cuando ya hemos crecido? tenemos nuestra identidad formada, y aún así la necesitamos o no afecta.

 

Como humanos que somos además de seres sociales, somos seres de costumbres. Nos enamoran las rutinas. Si cada vez que algo te ocurre, tiendes a pedirle opinión a todos y cada uno de los seres de tu alrededor, será fácil que la próxima vez vuelvas a hacerlo, y así en todas las veces.

El problema llega cuando lo que recibes de los demás deja de gustarte. Tienes la costumbre y te sientes cómodo, pero deja de gustarte.  Como seres sociales que somos, nos gusta ser aprobados, queridos, aceptados por los demás, y  llega un momento en que sentimos que dejamos de serlo. Ese es el momento en el que si damos demasiada importancia a la opinión y aprobación de los demás, estaremos teniendo un problema. Nos generará estrés, inseguridad, y duda.

 

Pero la realidad es, que cuando cuentas un problema, lo que cuentas es una parte, las personas lo único que reciben son unos datos,  no están en tu piel para vivirlo. Una parte “del Todo” es lo que saben.

 

De lo que cuentas, seguramente una parte es  lo que te escuchan,  y otra más pequeña con lo que se quedan.  Luego están los sesgos. Los prejuicios. Su experiencia. Lo que vivieron ellos en una situación que (a ellos) les parece similar. Te aconsejan en función de lo que ellos creen que saben, de lo que ellos vivieron, y de lo que en definitiva aprendieron.

 

En fin, una cantidad de hechos que hacen que la opinión o el consejo que te den, sea algo tan subjetivo como para que  tengas que hacer caso…

 

Aceptar la opinión de los demás no es lo mismo que hacer caso a la opinión de los demás.

¿Entiendes esta parte?  Puedes aceptar que los demás tienen derecho a opinar, a pensar, a juzgar lo que quieran. Al fin y al cabo todos lo hacemos, no podemos controlarlo el 100% de las veces, se generan de forma automática. Pero por una parte, que piensen algo sobre ti, no significa que siempre tengan que decírtelo.

Recordemos que las opiniones o consejos mejor darlos cuando se te han pedido. Por otra parte aun habiéndose pedido la opinión o el consejo, no tienes por qué asumirlo sin más y creertelo. El truco está en parar y pensar.

 

Preguntarte, ¿Voy a dar valor a esta crítica, a este juicio, a esta opinión?.

Valorar, no tragar a ciegas ni sin masticar. Porque si no nos llenaremos de ideas que no nos pertenecen, de juicios que no nos pertenecen, y actuaremos como actuaría el otro, y no como actuaría nuestro  “Yo”.

 

En psicología conductual se utiliza la técnica DAE (Técnica de Detección y Afrontamiento de etiquetas) para gestionar las opiniones de los demás.

Con esta técnica trabajamos  la idea de que LA PARTE NO ES IGUAL AL TODO.

Por ejemplo, el hecho de que un día te hayas comportado de una cierta manera no te lleva directamente a que seas de esa manera.

 

Que un día llegues tarde no te convierte en un impresentable, o  que te comieras el último canapé de la bandeja sin preguntar (conducta) no te convierte en un egoísta (etiqueta).  Vemos aquí la diferencia entre una conducta aislada y una etiqueta generalizada.

 

También trabajamos confeccionando una lista de etiquetas no deseables para la persona, en cuanto a que los demás  las asocien a ti. Hay personas que son mucho más sensibles a la evaluación negativa que otras, son estas las que más sufren cuando alguna de estas etiquetas se activa a raíz de la relación interpersonal.

 

El truco está en identificar aquellas situaciones cotidianas en las que nos comportamos de una manera determinada por miedo a que nos “etiqueten” como algo que no queremos ser.

 

Es entonces cuando hay que valorar si comportarse o tener una actitud concreta encajan dentro de lo que no se quiere ser y si también es igual a serlo.

 

Por ejemplo, “decir que No”  ante una petición puede ser de persona egoísta, pero puede también no serlo. Decir que No puede ser signo de ser una persona segura y con mucha personalidad. Es decir, la categoría “Ser egoísta” y “Ser una persona segura”  comparten entre sí la conducta “saber decir que No”. Pero ser egoísta tiene otras muchas características así como ser una persona segura y que no tienen nada que ver entre sí.

 

Las opiniones de los demás no siempre coinciden con la realidad, no le demos por tanto más importancia de la que tienen y aprendamos a que no nos afecten.

 

 

Artículo: Tania Soria. Psicóloga col. M-22296  Especialista en Terapia de conducta y salud

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